Almas que inspiran: John Berger, el que enseña a mirar

Almas que inspiran: John Berger, el que enseña a mirar

Imaginemos por un instante que el universo nos permita armar un equipo creativo de elite, un “dream team”, que tenga algo para decir en distintos mundos artísticos. Elegiríamos a un pintor, un narrador, un poeta, un guionista de cine, un ensayista, tal vez un dramaturgo. Podríamos agregar a alguien especialmente sensible a ciertas causas sociales, por ejemplo, para bajar un poco a tierra tanta efervescencia intangible y hacer visible otra gracia emotiva. Y sería recomendable también un buen crítico de arte, para que transforme en diagnóstico lo que sentimos en todas las células del cuerpo.

Pero nos llevaría un tiempo que no tenemos. Por suerte, esta época nos trajo todo eso resumido en la figura de un solo hombre, un multitasking de lo estético. Y aún más, de cómo paladearlo. Así, al menos, es lo que experimenté al leer dos de los varios libros de John Berger.

Inglés, inconformista por naturaleza y lúcido por necesidad. Decir Berger es decir disfrute, sobre todo entre quienes nos dedicamos a comunicar belleza. 

Es demasiado fácil hablar (escribir) de él. Podríamos acumular adjetivos propios y ajenos, y estaría bien. El problema se nos presenta al momento de elegir por dónde empezar a degustarlo. Les acerco mi experiencia a quienes aún no tienen el placer, con pinceladas –nunca mejor encontrado el sustantivo– de dos libros que lo definen y que me encantó descubrir.

Hace medio siglo, un programa de tv en la BBC marcaba un antes y un después interpelando a la audiencia con planteos sobre cómo las formas de reproducción de las obras de arte, pueden también falsearlas. “Ways of seeing”, creado por él y su equipo.

El éxito devino en libro, con siete mini ensayos y un sinfín de imágenes que aun hoy mantienen vigente el análisis de ese momento absolutamente mágico, suspendido en el tiempo, del encuentro de tu mirada con una obra de arte. Ese tiempo que está en un presente infinito.

“Modos de ver” (GG) nos abre los ojos acercándonos visiones como éstas:

“Lo visible no existe en ninguna parte. No sabemos de ningún reino de lo visible que mantenga por sí mismo el dominio de su soberanía. Tal vez la realidad, tantas veces confundida con lo visible, exista de forma autónoma, aunque este ha sido siempre un tema muy controvertido. Lo visible no es más que el conjunto de imágenes que el ojo crear al mirar. (…) Lo visible es un invento. Sin duda, uno de los más formidables de los humanos.” 

“La vista llega antes que las palabras. El niño mira y ve antes de hablar. (…) La vista es la que establece nuestro lugar en el mundo circundante.”

Es un manual indispensable sobre la teoría del arte y la comunicación visual, que se sigue pasando de mano en mano entre artistas, ayudando a entender qué significa mirar y ver lo artístico en sentido profundo. Llevándolo a nuestro terreno en deco, nos muestra cómo nuestros modos de ver afectan nuestra forma de interpretar.
 
Y otro libro que degusté hace poco, es una delicia de cuentos cortos. “Fotocopias” (Alfaguara) revela encuentros del autor con amigos, pintores, campesinos, vecinos y artistas de todo tipo, entre ellos el fotógrafo Henri Cartier-Bresson, y la filósofa Simone Weill, con una sencillez tan elegante que cautiva.

Son imágenes traducidas a versión literaria, con nombres de cuadro, que destilan la frescura, humor íntimo y mirada esperanzadora de un escritor “incomparable”: el adjetivo es de Susan Sontag.

En estas narraciones, se advierte que lo cotidiano es otra cosa para Berger, y al leerlo redimensionamos lo simple, volviendo a colocarlo en su lugar con una nueva clase de sabiduría. Es un spa para leer; imposible no relajarse con sus trazos humanos, y conectar con la emoción interna.

No sabemos si pinta con lapicera o escribe con pincel. Su ser artista en sentido amplio ubica la escritura en la intersección exacta entre lo bello y nuestros ojos, bajando a palabra esa pequeña delicia sensorial de difícil traducción que es el goce visual.

Y hay mucho más, claro. Hasta ganó el ansiado Booker Prize en 1972 con su novela “G”, pero aun no tuve el gusto. Vivan la “experiencia Berger” que yo viví, si aún no lo hicieron. No van a salir indemnes de ese placer.

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